«El nuevo negacionismo» por Alberto Medina Mendez

Por Urgente Santo Tome 08/06/2021

Especial Alberto Medina Mendez

Bajo ciertas circunstancias el “ego” de algunos les juega una mala pasada. La idea de ir contra la corriente, de decir algo grandilocuente y políticamente incorrecto los cautiva hasta ser víctimas de su propia vanidad.

Esta dinámica “negacionista” se apoya, inexorablemente, en supuestas confabulaciones sofisticadas, casi siempre internacionales, en las que determinados sectores muy perversos construyen deliberadamente un aceitado mecanismo para que el mundo crea en ese discurso hegemónico que estos “heroicos” interlocutores se atreven a denunciar.

El esquema que proponen estos delirantes personajes que pululan por la sociedad están explicados en varios ensayos sociológicos. Una proporción de habitantes del planeta descubre conspiraciones a diario.

Son los mismos que dicen que las pirámides egipcias han sido construidas por extraterrestres, que el hombre no llegó a la luna en 1969 y que los atentados de 2001 fueron perpetrados por los americanos. Esta vez optaron por usar al coronavirus como eje central de su espectáculo. Después de todo la gente solo habla de eso y es una gran oportunidad ocuparse de este atractivo tópico. El silencio no es una opción para ellos y estas tortuosas conjeturas encajan en su pensamiento mágico.

Desde el surgimiento de la pandemia viven obsesionados con el presunto laboratorio chino que diseñó premeditadamente este virus. Distribuyen audios y videos en los que “prominentes” científicos con pomposos antecedentes académicos explican desde sitios online marginales, casi confidencialmente, la profunda intriga que subyace detrás de esta situación.

Esos expertos nunca son convocados por los medios de comunicación más importantes, ni tampoco por los gobiernos. Es que en su mente, para que esto sea un complot se requiere de poderosos grupos de interés corporativo que acallen estas voces discordantes que plantean revelaciones. El relato que han construido precisa de esa suerte de maniobra a gran escala.

Por eso sus voceros son siempre brillantes intelectuales, pero que han sido opacados por las farmacéuticas, la política, la prensa y hasta por las redes sociales que también son protagonistas de esa mega conjura.

La visión de que este pormenorizado plan que identifican requiere de una campaña de comunicación descomunal que pone énfasis en el miedo es otro eslabón del ineludible circuito de su paranoico análisis.

Para configurar su tesis apelan al uso parcial y sesgado de datos. Comparan cifras de un modo caprichoso y utilizan cualquier cabo suelto para desde ahí mostrar sus disparatadas teorías. Es una pena que decidan ignorar tanta información fehaciente y que minimicen el presente. Más triste aun es que propaguen esa alucinación e insistan con sus creencias surrealistas. La similitud con otras etapas históricas es concluyente. Aun hoy existen cuestionadores del holocausto o inclusive de los “desaparecidos”. La insólita disputa sobre la cantidad de muertes es intrascendente y hasta ofende. A estas alturas, desconocer un hecho solo porque no se comparte su relevancia es una atrocidad ética.

En esta controversia del covid-19 otra vez asoman los números. Cierto empeño por polemizar sobre si los fallecidos son más o menos que antes o si las enfermedades respiratorias en el pasado eran equivalentes es la nueva versión de aquella retorcida perspectiva sobre el brutal genocidio.

La pandemia existe y es real. Los internados en los hospitales, los intubados y los muertos no son una invención absurda de las corporaciones ni el producto del comportamiento ingenuo de la comunidad global. Siempre hay margen para el debate. Se podrá objetar la magnitud de este fenómeno, las sobreactuaciones y desproporcionadas posturas, la inmoralidad e ineficacia de las cuarentenas o las restricciones, pero desconocer todo parece ridículo.

Cualquier arista puede ser discutida y sobran matices sobre los que vale la pena investigar para acercarse a la verdad, pero caer en la trampa binaria de aceptar linealmente y leer la complejidad del presente en blanco y negro puede ser un terrible error, que trae, adicionalmente, consecuencias letales. Claro que hay intereses. Obviamente que las compañías y los gobiernos juegan su propio juego. No es una novedad. Pero convertir eso en un contubernio suena grotesco. Se han cometido demasiados errores. La humanidad sigue intentando aprender a convivir con esta calamidad. Quizás se haya exagerado la nota, pero ningunear este proceso por el que se sigue transitando con más dudas que certezas, parece un despropósito. La inteligencia humana es lo que ha permitido progresar. La mirada perseguida, de que los poderosos pueden edificar un sistema a su medida es infantil y no tiene suficiente evidencia que lo respalde

Por momentos parece que las fábulas y las leyendas han perforado la mente de muchos que siguen creyendo en los cuentos para niños y no encuentran la diferencia entre las películas y el mundo real. Cada uno es libre de seleccionar cómo percibir el entorno. Algunos viven dentro de su propia fantasía, mientras otros recurren al imperfecto y evolutivo camino que ofrece la ciencia.

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